¿Como incide la religión en los niveles de tolerancia de corrupción en un país?

A pesar de ser una pregunta básica y fundamental, no pareciera ser muy común. La relación entre la fe cristiana y la corrupción en América Latina, así como otras regiones del mundo, debería llamar (y mucho) la atención a todo creyente, particularmente aquellos en roles de liderazgo. Mientras uno supondría que el mayor porcentaje de creyentes tendría un impacto más positivo en la integridad pública de un país, la evidencia empírica nos sugiere una realidad muy distinta.

En un artículo reciente en la revista Foreign Affairs, Ronald Inglehart, el conocido politólogo y director de la Encuesta Mundial de Valores, demuestra que

la corrupción no es más baja en países con más religiosidad, inclusive países con mayoría cristiana. 

En efecto, notamos que la gran mayoría de los países Latinoamericanos, con mayorías significativas de personas profesando la fe cristiana, se encuentran con niveles de corrupción muy altos según el índice de percepción de la corrupción (IPC) de Transparencia Internacional. En un estudio empírico en Guatemala, el Centro Berkley en la Universidad de Georgetown analiza la relación entre la religiosidad y aspectos críticos del desarrollo incluyendo la problemática de la corrupción. En Guatemala, más del 80 por ciento de la población se declara cristiana divididos aproximadamente en porcentajes iguales entre católicos y evangélicos.  A pesar de esta mayoría significativa de creyentes, Guatemala figura entre los países más corruptos. Según el IPC del 2019, Guatemala se encuentra en la posición 146 (de 180 países) y un puntaje de 26 (en una escala del 0 al 100, donde el 0 significa mayor corrupción y el 100 menor corrupción).

Como demuestran estas fuentes, la religiosidad cristiana no parece tener mayor impacto positivo sobre la corrupción en América Latina y no se ve una diferencia clara entre las distintas tradiciones cristianas. Admito que las mediciones empíricas citada en dichas fuentes dista de ser perfecta o concluyente. Entre otras cuestiones, solo miden percepciones de la corrupción, no distinguen entre los distintos tipos de corrupción y se evalúa la religiosidad de manera limitada. A pesar de ello, nos ofrecen una buena aproximación de la realidad social. La corrupción está fuertemente arraigada en la gran mayoría de las sociedades Latinoamericanas, y se ha vuelto una norma social y cultural que refleja una mayor tolerancia de este verdadero cáncer social, aun entre los creyentes en general.

A menos que transformemos esta “cultura de la corrupción”, las reformas legales e institucionales (mayormente tecnocráticas) serán inefectivas y no sostenibles.

Y aquí es donde la iglesia tiene un papel fundamental como parte de la sociedad civil. La iglesia puede y debe contribuir a promover una cultura de integridad y valores cívicos. Tenemos un desafío ético (de discipulado de integridad) y profético (de compromiso social con el shalom de nuestras comunidades). Como responderemos a este desafío?

Como responderemos a este desafío?

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